jueves, 17 de julio de 2008

La cuna.



Si yo supiera de què selva vino
el árbol vigoroso que dió el cedro
para tornear la cuna de mi hijo...
Quisiera bendecir su nombre exótico.
Quisiera adivinar bajo qué cielo,
bajo qué brisas fue creciendo lento
el árbol que nació con el destino
de ser tan puro y diminuto lecho.

Yo elegí esta cunita
una mañana cálida de enero.
Mi compañero la quería de mimbre,
blanca y pequeña como un lindo cesto.
Pero hubo un cedro que nació hace años,
con el sino de ser para mi hijo,
y preferí la de madera rica
con adornos de bronce. ¡ Estaba escrito !

A veces, mientras duerme el pequeñuelo,
yo me doy a forjar bellas historias:
tal vez bajo su copa una cobriza
madre venía a amamantar su niño
todas las tardecitas, a la hora
en qué éste cedro amparador de niños,
se llenaba de pájaros con sueño,
de música de arrullos y de píos.

¡Debió de ser tan alto y tan erguido,
tan fuerte contra el cierzo y la borrasca,
que jamás el granizo le hizo le hizo mella
ni nunca el viento doblegó sus ramas!

Él, en la primavera retoñaba
primero qué ninguno. ¡Era tan sano !
Tenía el aspecto de un gigante bueno
con su gran tronco y su ramaje amplio.

Árbol inmenso qué te hiciste humilde
para acunar a un niño entre tus gajos:
¡has de mecer los hijos de mis hijos!
¡Toda mi raza dormirá en tus brazos!


Juana de Ibarbourou.

(Lenguas de diamante)

miércoles, 9 de julio de 2008

El cuento del laurel.


Cerca de un arroyo de agua fresca, había un pequeño bosque. Los árboles eran muy variados. Ellos invertían sus energías en ser más altos y grandes, con flores y perfumes, pero quedaban débiles y tenían poca fuerza para echar raíces.
El laurel dijo:
"Yo mejor, voy a invertir mi savia en tener buena raíz, así creceré y podré dar mis hojas a todos los que las necesiten".
Los otros árboles estaban muy orgullosos de ser bellos.¡En ningún lugar había tantos colores y perfumes! Y no dejaban de admirarse los unos a los otros, riéndose de los demás.
El laurel sufría a cada instante esas burlas. Se reían de él, avasallándolo con sus flores y perfumes, agitando el frondoso follaje.
¡Laurel!...le decían- ¿para qué quieres tanta raíz? ¡Míranos! Todos nos alaban porque tenemos poca raíz y mucha belleza.¿Deja de pensar en los demás! ¡Preocúpate sólo de ti!
Pero el laurel estaba convencido de lo contrario, deseaba amar a los demás y por eso tenía raíces fuertes.
Un día, arreció una gran tormenta sobre el bosque. Los árboles más grandes, los más frondosos se vieron fuertemente golpeados, y no pudieron evitar que el viento los tumbara.
En cambio, el pequeño laurel, como tenía pocas ramas y mucha raíz, apenas, perdió algunas hojas.
Desde ese momento, todos comprendieron que lo que nos mantiene firmes en los momentos difíciles, no son las apariencias, sino lo que está oculto en las raíces, dentro de tú corazón. Allí en tú alma.