domingo, 24 de agosto de 2008

El ciruelo del ruiseñor.



Un ciruelo de los jardines imperiales murió, y el emperador sintió vivamente esta pérdida que
destruía la armonía de su parque. Ordenó pues, que fuese sustituído por otro árbol igual. Pero ¡ay!
todas las indagaciones fueron vanas, y ya se habían agotado todas las posibilidades, cuando en la residencia de un noble caballero se descubrió un ciruelo de forma y tamaño semejantes al que había sido necesario arrancar.

Los dignatarios de la corte se dispusieron a ir en su busca para transportarlo a los jardines del palacio. Pero antes de que el árbol fuese arrancado de su sitio, una niña se acercó a él y colgó de una de sus ramas una hojita de papel.

Cuando el ciruelo fué transplantado, el emperador lo contempló con vivo placer; todas las reglas severas de la jardinería quedaban respetadas, pues el árbol no era ni demasiado alto ni demasiado espeso, sino perfecto.

Habiendo advertido el papel colgando de una rama, mandólo traer. Era una de esas tiritas en las cuales los poetas, con diestro pincel, trazan a gusto de su inspiración las estrofas que le sugiere la vista de un vuelo de pájaros en el cielo gris o los frágiles pétalos del cerezo cuando caen como nieve olorosa.

Y he aquí la poesía que leyó el emperador:

Muy augusta
es la voluntad imperial
pero sí el ruiseñor
viene a reclamar su habitáculo
¿qué podré yo contestarle?

Intrigado, el soberano mandó preguntar quién había escrito aquellas líneas. Supo así que el ciruelo había sido descubierto en la residencia de un poeta celebérrimo, el ilustre Ki-no-Surayuki (siglo VIII) y que el autor de la poesía era la hija de éste.

El emperador mandó entonces que el ciruelo fuese restituído a la joven poetisa.


- Fukuyiro Wakatsuki.

sábado, 9 de agosto de 2008

El árbol al qué le negamos la vida.-


Los árboles han sido siempre para mí los predicadores más eficaces. Los respecto cuando viven entre pueblos y familias, en bosques y florestas. Y todavía los respecto más cuando están aislados.

En sus copas susurran el mundo, sus raíces descansan en lo infinito, pero no se pierden en él, sino que persiguen con toda la fuerza de su existencia una sola cosa: cumplir su propia ley, que reside en ellos, desarrollar su propia forma, representarse a sí mismos. Nada hay más ejemplar y más santo qué un árbol hermoso y fuerte.Cuando se ha talado un árbol y éste muestra al mundo su herida mortal, en la clara circunferencia de su cepa y monumento puede leerse toda su historia: en los cercos y deformaciones están descritos con facilidad todo su sufrimiento, toda la lucha, todas las enfermedades, toda la dicha y prosperidad, los años frondosos, los ataques superados y las tormentas sobrevividas. Ycualquier campesino joven sabe que la madera más dura y noble tiene los cercos más estrechos, que en lo alto de las montañas y en peligro constante crecen los troncos más fuertes, ejemplares e indestructibles.

Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar por ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas; predican indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.

Un árbol dice: en mi vida se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna. Es única la tentativa y la creación que ha osado en mí la Madre Tierra. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis marcas singulares.

Un árbol dice: mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de miles de retoños que todos los años provienen de mí. Vivo hasta el fin del secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchamos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desa ser más que lo que es.

Fuente: " El Caminante ", de Hermann Hesse.-